Definitivamente,
Lisbon fue este año el disco más esperado por mí desde los primeros indicios de su existencia, hace ya casi un año en el que los fans informaban sobre nuevas canciones ejecutadas en importantes fechas de enero en su natal New York y que inmediatamente causaban esa palpitación enérgica que comparto con muchos otros de sus seguidores en nuestra pequeña aldea “walkmeniana”. De verdad fue doloroso, meses más tarde, descubrir que alguien lo había filtrado a la internet un mes antes de su lanzamiento, atentando contra la sorpresa y el ansia de tenerlo ya en las manos, pero decidí ser fiel a mis principios y aguardé (im)pacientemente hasta su lanzamiento el 14 de septiembre, curiosamente coincidiendo de nuevo con las cercanías de mi cumpleaños, como sucedió con
You and Me, llenándome de gusto porque sus álbumes siempre se unen al festejo y a veces son lo único que hacen que valga la pena esperar.
Antes de escribir esta reseña, había titubeado con otros textos puesto que sentía como si ya no hubiera nada más que decir. En las fiestas, hasta aplaudir aburre, y no quería volver a las alabanzas insistentes que ocasionan los grandes discos como éste, sino ser más directa puesto que también fue un disco detonante de cientos de emociones por el momento en que llegó.
Sin embargo, me gustaría incluir esta especie de línea de desarrollo que ha alcanzado una hermosa narrativa para hablar del crecimiento de The Walkmen, que inicia con una aparente inseguridad de novatos que empiezan a alejarse de sus inicios, para luego entrar a una intensa etapa en la que violentamente establecen quienes son, después rinden un homenaje que no hace más que seguir delatando la maestría de la ejecución a pesar de no ser obra suya, continúan con un reflejo de sus herencias y rescatando parte de su identidad, caen irremediablemente enamorados y se disponen a encontrar algo de calma en medio de tanta aventura para, con
Lisbon, dar fe de la estabilidad que, en todos sentidos, han alcanzado. Y verdaderamente es radiante, probablemente esta sea la clave para entender el quinto (sexto) álbum que nos presentan, y que alcanza también a la descripción del mismo, puesto que es presentado en un discreto empaque, supongo que basado en el de
You and Me, de cartón, en un blanco precioso que resalta las imágenes de Fred Maroon, conmovedoras por su belleza de tiempos pasados, y el majestuoso ascetismo de su corporeidad, hasta la música siempre hermosa que empieza a sonar.
Y que inicia con “Juveniles”. La primera vez que escuchas esta canción te atrapa inmediatamente. No hay preámbulos, ni el típico “dos tiempos antes de”, sino la pura armonía que corre con los segundos. Me pongo a pensar también que "juveniles" es una palabra única, puesto que a diferencia de su equivalente en español, en su raíz sería como una especie de palabra
old fashion para hablar de los
chiquillos, el
relajo, la
chaviza incluso; y es una palabra que en lo personal, me transporta a una década lejana, a los 20 quizás, esa época que también fascina al Sr. Padre del maestro guitarrista y a la banda.
Esta misma guitarra conduce con la misma narrativa juvenil, a "Angela Surf City", que nos embiste con su inicio, y me hace pensar inmediatamente en Los Ángeles, puesto que esa sí sería, literalmente, la “angela surf city”. Es una canción llena de energía, dificultando el creer que una persona de mi estatura y una complexión menor,
Master Matt Barrick pueda ejecutar tan brillante batería. En vivo ha de ser el escándalo más encantador del mundo.
Es aquí donde me percato que el timbre empalagoso de la guitarra nos podría remitir, iniciando “Follow The Leader”, a una experiencia cadenciosa muy propia de los ukeleles, una atmósfera muy playera quizás. Pero es una especie de antídoto, como un día soleado previo al estallido de una tormenta para lo que viene a continuación.
“Y súbitamente empieza un ritmo que llama mi atención con una intensidad anormal. Se que es un ritmo que me es familiar, que lo he escuchado antes. Parecen las pautas que da el
country, o esas dramáticas canciones hechas específicamente para ambientar películas del oeste. Escucho lo que la voz recita y me veo envuelta en el embeleso más grande que canción alguna en el año me haya provocado. Llega en un momento de profunda soledad, y me da la impresión de ser una versión de lo que soy en estos instantes, de lo que quiero hacer y de dónde quiero huir. Me embiste. Simplemente con leer la frase ‘Blue as your blood’ la intuición se dispara y desemboca en cientos de ideas especuladoras y maravillosas a la vez. Es una canción majestuosa, muy a la manera de esta gran banda que hace magia con cualquier ocurrencia que tengan.”
Estas conmovidas palabras fueron escritas para la primera versión de la reseña que amablemente está usted revisando, mi estimado lector, y que reflejan una pequeña parte de la vorágine de sentimientos que en mí provoca esta “canción majestuosa”. Al escucharla, se desató una batalla entre ella y “Bows+Arrows” para quedarse con el lugar #1 de Las Canciones De The Walkmen En Mi Gusto Personal. Simplemente me dejé llevar y ahora presume la posesión de mi adrenalina. Verdaderamente es una pieza irresistible, trágica y dolorosa y hermosa al mismo tiempo. También podría ser la que rinde homenaje a la herencia de tan magníficos músicos, como Johnny Cash, un poco de Neil Young y todas esas bandas sureñas que conquistaron el norte del país de las que son muy fans. Después de revolcarnos emocionalmente y grabarse en nuestra memoria, “Blues as your Blood” prometería que “Stranded” nos hará hasta bostezar.
Sin embargo, no lo hace. El primer sencillo que escuchamos de este álbum en verdad me dejó mucho qué pensar, puesto que sospechaba que podría tratarse de una compilación de canciones sumamente lentas y melosas, y no advertía el dinamismo creativo que encontramos con el disco completo. Y tras escucharla muchas veces, por las mañanas y las noches, comprendí lo aferrada que está “Stranded” a sus raíces, como The Walkmen, y como fieles seguidores del doo-wop norteamericano con unos toques de música tradicional. La poesía que nos ofrece es única, llega a ser hasta dulce con “and I’m stranded, and I’m starry eyed”, “estoy atascado (“encallado” me gusta más) y tengo cruces en los ojos ('muerto', literalmente)”.
Después de esta pequeña nube de emociones, “Victory” llega a empujar con la cadencia de un himno esperanzado e imparable, teniendo en su sorprendente sencillez compositiva (de 4x4) el secreto de su atractivo.
Casi en un tono molesto debido a los altibajos de la última mitad del álbum, “All my great designs” hace que me percate de la escasa participación de las percusiones (entiéndase piano) a lo largo de las piezas, lo cual hace que me pregunte el por qué de la insistente presencia de la guitarra y a la vez que surja una especie de inquietud fantasma, al escuchar también “Woe is me”, de que esta vez se alejasen sobremanera de sus poderosas influencias, explotando a más no poder su característico y sincretista estilo, puesto que la única pieza que conserva esta delicada herencia es “Torch song”, ejecutada como vals. “Woe is me” es encantadora por la insistente presencia de una única figura que sube y baja, y vuelve a aparecer con una especie de distor, probando una vez más la sencillez de recursos que logran un grandioso efecto para esta banda, y que además es la pieza que concluye lo energético del álbum, siendo en la última parte donde conviven en armonía dos hermosas y tranquilas piezas:
“As I shovel the snow”, que recupera mucho del trabajo poético que los ha acompañado toda su carrera, y en lo personal, es una canción perfecta para ir a dormir después de una productiva jornada, además de llegar en una temporada donde el sol cada vez es más tímido y permite que el frío le gane protagonismo. Además, detecto cierto parecido con los majestuosos covers que hicieron de las canciones del
Songs From a Room de Leonard Cohen a pesar de que la voz de este gran músico es más profunda que la de
Hans-Ham (chiste sureño: “han’sum Hamilton”), pero la solemnidad y lírica de la pieza le delatan.
Y la homónima del disco “Lisbon”, cuyas delicadas percusiones me remitieron curiosamente a “French Vacation”, pero que tiene una frescura tan particular que impide que la asociemos con cualquier otra cosa que no sea aquel paradisíaco lugar donde se trabajó el álbum, inspiración para cientos de artistas residentes en la península europea, cuyas inverosímiles estampas, que este álbum se ha encargado de plasmar en nosotros, resultan encantadoras. No quería que el disco terminara cuando me hallé atrapada en esta canción.
Definitivamente, y de nuevo,
Lisbon es una joya. Aunque me preocupa que la profecía que algún fan me dijo, antes de que saliera
You and Me, alguna vez se cumpla: “Después de este álbum sólo vendrán otros dos y The Walkmen se separarán”. Probablemente lo dijo por alguna experiencia con alguna otra banda, sin embargo, creo que después de la incertidumbre, la identificación, el homenaje, la fiesta, el romance y la felicidad de la calma pueden desatarse otras emociones inagotables que sirvan como el principio de más discos. O no necesariamente más discos, es una banda tan asombrosa que puede hacer lo que quiera, no me sorprendería que armaran un musical o volvieran a lanzar un disco tributo, que por lo visto, los homenajes a canciones de autores desconocidos como Harry Nilsson los enloquecen.
Siempre es un gusto esperar para recibir tan grandiosa música. Yo también espero a que vuelvan, pero como mi neurosis cada vez me impide más y más ser paciente, crece mi obsesión por ir hasta Austin a verlos en el Stubb’s en marzo y pagar ¡18 dólares! Por una entrada al show. Ya me ofrecieron un lugar para quedarme, y pues me sujeto a la voluntad del destino. Creo que para un fan irremediable todo es posible, y como se me agotan las palabras para seguir adulando a estos maravillosos músicos, sólo puedo seguir deseando: ¡LARGA VIDA A THE WALKMEN!

Si quieren el disco, pídanlo a mi mail
rapunkzelrockon_tbs@hotmail.com